Siembra y última señal de Jerome Rothenberg • Periódico de Poesía (2024)

20 mayo, 2024

de Ricardo Cázares | Ensayos

Siembra y última señal de Jerome Rothenberg • Periódico de Poesía (1)

viejos amigos que se fueron antes
déjame llamarlos por sus nombres
por última vez sembrando
en el poema sus cuerpos negros de tierra
un nuevo compañero llega

Jerome Rothenberg, “Siembras”

Ha muerto Jerome Rothenberg (Nueva York, Nueva York, 1931- Encinitas, California, 2024). Estoy seguro de que querría haber sido recordado como un poeta. Lo fue. Su vasta y excepcional obra lo atestigua. Prueba de ello fueron también la energía creadora que lo acompañó durante noventa y dos años, la radicalidad y la amplitud de su visión, y la generosidad que siempre demostró con quienes compartieron su devoción por la poesía. Jerome –“Jerry”, tanto para sus amigos más cercanos como para quienes apenas llegaron a tratarlo–, fue un estadounidense atípico. Hijo de inmigrantes judíos de origen polaco, creció en Nueva York en los años que siguieron a la Gran Depresión. Vivió para la poesía y se acercó a ella por vías poco convencionales. Fue un vanguardista radical que mantuvo siempre un ojo mirando al pasado. Desde muy joven abrevó de los sonidos misteriosos del yídish de las sinagogas y los ritmos de las calles del Bronx. Más tarde, pasaría años leyendo, escuchando y transformando en poemas las voces de hombres y mujeres desconocidos, que hablaban en lenguas y dialectos que no siempre comprendía. La traducción fue la base para mucha de su propia escritura. Era un modo de crear nuevos poemas o traerlos a las orillas de su mundo, un medio para mantenerse en contacto con otros poetas vivos y muertos y dejar que el coro de sus voces lo habitara.

La manera en que abordó el pasado poético y su necesidad de ponerlo a prueba, en todo momento, delatan su curiosidad permanente y un convencimiento de que es posible encontrar tesoros escondidos en todas partes. Es a esa singular preocupación por escuchar y aprender de otros –aún más notable si pensamos en una cultura literaria tan autosuficiente y refractaria como la de los Estados Unidos– a la que debemos que las palabras de innumerables poetas, cantores, jefes tribales, embaucadores y curanderos (muchos de ellos anónimos o apenas conocidos, incluso en sus lugares de origen) hayan llegado hasta nosotros.

Para hacerlo, investigó, tradujo, transcreó, fantaseó, empalmó y organizó grandes volúmenes que reunieron y revelaron maravillas desatendidas o ignoradas. Rothenberg entendió, como pocos, que una antología podía ser algo distinto a una mera selección de textos para su preservación o divulgación. La ocasión de reunir un grupo de materiales tendría que servir para hacer algo más provechoso que canonizar o desestimar a éste o aquel autor, o elaborar un discurso en torno a determinado movimiento, tendencia o generación. En sus manos, el acto mismo de ensamblaje se convirtiría en una herramienta de exploración del lenguaje y un procedimiento creativo. La antología, ahora, tendría que ser una forma.

En una primera lectura de su introducción a Técnicos de lo sagrado, su monumental y ya clásica antología de 1968, se advierte enseguida que Rothenberg no se plantea una mera recopilación de muestras de poesía oral y materiales pertenecientes a culturas consideradas “originales” o “primitivas”. No estamos ante un proyecto de rescate ni una mera reivindicación de obras derivadas de comunidades marginales. Al momento de elegir y montar, el autor pensaba ya en las posibilidades creativas y las nuevas rutas que el ensamblaje abría para su propia escritura y la de quienes, como él, entendieran la lectura como una actividad de riesgo que exige audacia e ingenio. Ni Técnicos de lo sagrado ni libros como el influyente Agitando la calabaza son el trabajo de un científico social, sino el de un explorador que perfora los estratos de lenguas, tradiciones y modos de hacer que existieron y se desarrollaron al margen de los preceptos del pensamiento occidental, y lo hace para mostrarnos qué es un poema, qué lo hace bello y cómo nos vincula al desconocido de quien brotó. Para el poeta Rothenberg, esa búsqueda sería una forma de salir de sí mismo y transformar su conciencia. Refiriéndose a esos grandes proyectos de ensamblaje creados en colaboración con otros poetas y editores como Pierre Joris y Javier Taboada y a las traducciones elaboradas con el etnomusicólogo David McAllester o el cantor seneca Richard Johnny John, Rothenberg señalaba que “al reunir palabras ajenas en el trabajo propio […] creo haber liberado a mi poesía para que se convirtiera en algo más de lo que había sido al inicio”.1

La audacia de Rothenberg lo llevó a traducir libremente textos de lenguas de las que en ocasiones no tenía conocimiento alguno, a intervenir la presentación visual de textos de otros o a contraponerlos con poemas dadá y otras escrituras de vanguardia. “Considero”, decía, “que la traducción podría ser una metáfora de todo el proceso poético. […] Mis esfuerzos personales siguen a otros en el uso del collage o la apropiación como una forma de abrir la poesía individual a la presencia de otras voces y otras visiones más allá de las propias. […] Me doy cuenta de que […] empiezo a aproximarme a lo que, en otros sitios, he denominado othering”.2

La elaboración de estos collages pudiera no parecer una apuesta tan radical para lectores que han crecido en un mundo donde sus grandes antologías ya han sido leídas y discutidas. Pero ese acto inicial de arrojo y lucidez lo llevó a desarrollar una serie de prácticas, ideas y procedimientos que hoy forman parte de lo que conocemos como etnopoéticas. Del uso de estilos de vocalización chamánica al poema como performance, pasando por modos variados del canto ceremonial, el happening o la exploración de lenguajes asémicos, Rothenberg intentó abarcar todas las posibilidades de “reinterpretación del pasado poético desde la perspectiva del presente”. Sus poéticas, articuladas desde la década de los cincuenta con la aparición de Deep Image [Imagen honda], pasando por las etnopoéticas3 y su concepto del poeta como testigo, nos han impulsado a leer de otra manera, permitiéndonos reformular constantemente nuestra relación con la tradición y transformando nuestra percepción de las posibilidades expresivas de la poesía en forma escrita o en sus manifestaciones sonoras y visuales. El gran proyecto rothenbergiano fue el de abrir caminos nuevos (o desbrozar algunos muy antiguos) que nos permitieran conectar la energía de lo otro con lo que creemos nuestro presente. Rothenberg entendió que la fricción producida por el contacto de mundos aparentemente opuestos genera una carga energética que mantiene vivo el espíritu creativo.

Ese cuestionamiento permanente está presente no sólo en sus antologías sino en libros de poesía como Polonia/1931 o Khurbn, donde se propuso explorar lo que llamaba sus “fuentes ancestrales” y recrear la Polonia judía destruida por el Holocausto. Lo hizo “para dejar hablar a los muertos” y “permitir que su testimonio sea parte del mío como un testigo”. “Ésa”, decía, “es la cosa más seria que un poema o un poeta puede emprender… además de conectarse con las fuentes primigenias de la poesía y de entender al poeta como nativo y salvaje, a fin de convertirse en un informante de su propio tiempo y cultura.”4

La suya fue una obra dialógica que, con el paso de los años y sin rehuir del todo al yo lírico, intentó distinguir lo testimonial de lo confesional. El yo múltiple de su poesía buscó poner en duda el valor impuesto a la noción de identidad en la literatura. Rothenberg sospechaba de la escritura que pregonaba certezas morales. Por ello, sus poemas apuestan por la inestabilidad del yo y se desplazan por caminos múltiples: del testimonio a la revelación visionaria, de la iconoclasia dadá y la provocación escatológica a la elegía, de lo político a la súbita revelación de la poesía en el habla coloquial, del empleo de la hermenéutica cabalística de la gematría al homenaje en forma de poesía visual. No rehuyen al desconcierto y entienden la contradicción como una fuerza creativa.

Desde su temprana lectura de Charles Olson, Rothenberg rechazó la idea de la poesía como forma de autoexpresión, cuya convencionalidad, consideraba, había sofocado a buena parte de la poesía de nuestro tiempo. En libros como Siembras o Un paraíso de poetas la introducción intermitente de una primera persona trasciende lo puramente personal. En otros, como Un libro de testimonio, Rothenberg volvió al uso de la primera persona como medio para entreverar las voces de amigos, contemporáneos y escritores admirados. “Yo” y “otro” son categorías falsas, decía. “Son trampas para mantenernos lejos del poema.”5 El poeta es quien oye y quien habla. Tanto sujeto como objeto. Testigo.

En ocasiones, Rothenberg sentía que sus poéticas y sus antologías habían relegado sus poemas a segundo término. Creía también que la variedad de recursos empleados y los cambios bruscos de dirección en su obra la habían vuelto un objeto escurridizo y difícil de encasillar. Sin importar el medio o el género, entendía su trabajo como un continuum. Fiel a sus obsesiones y a la energía que lo espoleó desde joven, trabajó hasta el final. En los últimos años invitó al poeta y traductor mexicano Javier Taboada a sumarse y ayudarlo a reformular una gran antología de las Américas, desde el origen al presente. En la entrevista que Taboada le realizó para el proyecto El libro de las voces, Rothenberg lo describió así: “Ya que en este momento no existe un libro parecido, nos sentimos libres para dar el primer paso y experimentar y explorar los posibles resultados de la yuxtaposición de poetas y tradiciones poéticas que abarcan todas las Américas y las distintas lenguas que la conforman: lenguas europeas como el inglés, castellano, portugués, francés, además de incluir las lenguas mestizas (criollas) y francas, y también lenguas originarias como el mapuche, quechua, maya, mazateco, nahua, entre otras. Al seguir esta línea, la idea de América como metáfora europea de ‘nuevo mundo’ se extenderá y ampliará, pero también reconoceremos y aceptaremos la realidad de dos mil años o más de poesía y escritura indígena y originaria […] uno de mis objetivos es que un libro así sea compuesto en labor colaborativa como un manifiesto en contra de los imperialismos culturales y lingüísticos (sean en inglés o en castellano).”6 La serpiente y el fuego, su última antología monumental, hecha en coautoría con Taboada, se publicará en los Estados Unidos el próximo otoño.

En un pasaje de “Siembras”, su elegía por la muerte de poetas queridos y un homenaje a la vida latente que, como una semilla, su poesía deja para siempre en nosotros, el viejo Rothenberg vislumbraba su propio final, desnudando una angustia común entre quienes, como él, “vivieron una vida de poesía”:

a veces me pregunto cuál será la última palabra
que diré o escucharé antes de morir,
y siento una gran tristeza por no conocerla
de antemano, o por no conocerla nunca.

Sus lectores sólo podemos imaginarla.

Huixquilucan, 28 de abril de 2024

1 Jerome Rothenberg, El libro de las voces, (Javier Taboada, trad.), Mangos de Hacha, México, 2021.

2 Ibid.

3 “Por etnopoética quiero decir Poética Humana. Supongo etnos=pueblo y, por lo tanto, etnopoética=poética del pueblo, o poética del lenguaje natural. Lo que yo temía del término […] era una especie de compromiso antropológico respecto al exotismo, a cualquier cosa que nos es remota y de alguna manera diferente: tribal si somos tribales, religiosa si somos seculares, obscura si somos claros. Ahí etnos=otro, así no Poética Humana sino Poética del Otro.” “La etnopoética y la poética (Humana)”, en Jerome Rothenberg, Ojo del testimonio (Escritos selectos 1951-2010), (Heriberto Yépez, trad.), Aldvs, México, 2010.

4 Jerome Rothenberg, El libro de las voces. Op. cit.

5 _____________, Ojo del testimonio (Escritos selectos 1951-2010). Op. cit.

6 _____________, El libro de las voces.

Ricardo Cázares / Ciudad de México, 1978. Es autor de los libros <>(Palas vol. 2, 2017), <>(Palas vol. 1, 2013, Premio de Poesía Joaquín Xirau Icaza 2014), Es un decir (2013) y Drivethru (2008). Dentro de su trabajo como traductor destacan la primera traducción completa al español de Los poemas de Maximus de Charles Olson y la antología de poesía experimental Renacimiento de la poesía inglesa, entre otros. Es editor y miembro fundador de la editorial Mangos de Hacha. Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

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